Profesores ortodoxos versus Docentes de mente flexible en ambientes “tecnológicos inteligentes” es el reto de la educación inmersa en pedagogías acordes con la  Inteligencia Artificial y otras tecnologías, para dar sentido a los procesos formativos que ya -pese a las resistencias- son parte de la nueva visión educativa.

El título de esta reflexión busca suscitar una reflexión-debate, en un momento en el que, tal vez por primera vez en la milenaria historia de la educación superior, el tradicional modelo universitario de trasmisión del conocimiento de parte de un profesor a un grupo de estudiantes en el aula está siendo severamente cuestionado.

Quiénes de nosotros no recuerda la forma como, por generaciones, hemos clasificado a nuestros excelentes como  buenos, malos y, seguramente, malísimos docentes; quiénes de nosotros no recuerda a aquel maestro o maestra que nos marcó para bien con una sola frase y la coherencia de su ejemplo; pero también, quiénes no recordamos a aquellos que por su actitud arrogante, despótica, autoritaria, mediocre o torpe les llamábamos despectivamente “escueleros” y a  quienes no quisiéramos volver a encontrar.

Aclaro que no pretendo decir que los profesores escueleros no son inteligentes, pues muchos de ellos son inclusive brillantes, pero muy lejanos a la buena pedagogía, a la didáctica asertiva y a la comunicación efectiva; miles de estos, por falta de una buena preparación, se clonan en las ortodoxas y anticuadas formas de enseñar y le huyen a motivar el aprender.   

Pretendo también demostrar que -así como lo hemos venido impulsando en la UNAD desde hace casi dos décadas- que si el docente no enseña a aprender a aprender no está siendo fiel a su vocación de formador, y que el actual e irreversible desarrollo de la sociedad demandará de docentes que, más que escueleros, sean “pedagogos inteligentes” tanto por su habilidad para enfrentar los nuevos tiempos y cambios en la neuro-pedagogía, como por su disposición a innovar creativa y positivamente frente a los retos de la Inteligencia Artificial (IA) que, no hay que negarlo, impactará radicalmente muchos ámbitos de la vida educativa y en especial la generalmente  anacrónica vida universitaria. 

Un entorno complejo, diferente y desafiante para la docencia

Vivimos momentos en los que la Institución Universitaria no es (como lo fue décadas atrás) la depositaria y casi única propietaria del conocimiento. Además de creer que esto sigue siendo así, gran parte de las actuales comunidades universitarias se acompañan de una vanidosa actitud endógena de parte de pseudo-sabios que sólo se sirven a sí mismos, por ejemplo, a través de favores recíprocos o del enriquecimiento personal pero poco o nada social (léase, por ejemplo, las críticas fundadas a las erróneas aplicaciones del Decreto 1279).

Entre tanto, hoy la información y el conocimiento fluyen a caudales a través de la Red Internet y cualquier persona puede acceder a millones de páginas con los contenidos que quieran. Allí, en la web, ya hay múltiples formatos de certificación de cursos y de procesos de autoaprendizaje; en las redes sociales cualquiera puede debatir, enseñar y hasta engañar; aparecen los denominados “influencers” (personas con habilidades para transmitir mensajes, seguidas por miles de cuentas) de todos los perfiles (desde los vulgares hasta los científicos); y la tecnología y los nuevos escenarios de políticas públicas y de reconocimiento y promoción de derechos a todo nivel, han creado un ambiente radicalmente diferente a la tradicional la relación de las variables espacio y tiempo entre los estudiantes y sus profesores.

En esta época y bajo el contexto descrito (y mucho más en las que se avecinan) el rol de la Universidad (y en general de cualquier institución de educación) y del Profesor (cualquier persona dedicada a la docencia) están siendo cuestionados en su real impacto para garantizar un proceso formativo integral que permita un aprendizaje en el que cada uno se nutra de experiencias significativas que afiancen el pensamiento autónomo y el trabajo colaborativo y, sobre todo como resultado de impacto, la capacidad de llevar a los estudiantes y egresados a transformar positivamente la sociedad en la que conviven. 

Si a todo esto se suman los sorprendentes desarrollos de la “Inteligencia Artificial” que pueden ser usados en procesos académicos, laborales y de entretenimiento, y de los que hasta ahora estamos comenzando a digerir como humanidad y desconocemos hasta dónde van a llegar, surgen serias dudas sobre si los miles de recursos educativos, ayudas, atajos y recursos complementarios o sustitutos del aprendizaje, y a los que puede acceder cualquier estudiante, ayudarán a que los hasta ahora conocidos modelos de enseñanza-aprendizaje  evolucionen o, por el contrario, puedan por inefectividad comprensiva no subsistir. 

Porque ante la facilidad que ahora existe para conocer, comprender y manipular sistemas informáticos, de aprender fácilmente trucos para el diario vivir y de obtener explicaciones de especialistas sin necesidad de estudiar o recurrir profesionalmente a sus servicios (tal y como ya se ve en redes sociales como Facebook, Twitter, Instagram, Youtube, Whatsapp y Tik Tok, entre otros), estamos presenciando la llegada de miles de páginas que ayudan, entre otras dimensiones, a buscar datos, a hacer resúmenes, a re-escribir textos, a editar imágenes, a corregir ortografía, a contemplar opciones creativas (al límite del plagio intelectual), a obtener libros gratis o reseñas de quienes ya pensaron para los actuales estudiantes, a obtener escritos producidos por una máquina a la que sólo se le debe indicar el tema central y el enfoque deseado, a resolver ecuaciones, y a obtener traducciones de forma inmediata, entre otras muchas herramientas que facilitan el trabajo y el estudio.

Entonces surgen dudas sobre si estos avances tecnológicos podrían estar sacrificando el verdadero aprendizaje y hasta la honestidad intelectual y académica.     

Es más, algunos se preguntan si con todos estos desarrollos de inteligencia artificial el docente va a sobrevivir en su rol de transmisor de contenidos y orientador del aprendizaje.  Mucho más con la promovida aparición del Chat GPT, que si bien aún no se ha universalizado (pese a que ya cuenta cientos de millones de usuarios), ya es de público conocimiento sus sorprendentes habilidades para  utilizar la Inteligencia Artificial de tal manera que permite a cualquier navegante de la web interactuar con la máquina como si ésta fuera un especialista en, absolutamente, casi todos los temas posibles, con sorprendentes habilidades para responder en tiempo real cualquier pregunta, así como de programar y suplir casi que fielmente la respuesta que cualquier humano (estudiante, aspirante, profesor, en una evaluación o examen de admisión, entre otros), podría dar. 

No desaparecerán los profesores, aunque….  

He mencionado la palabra “escueleros” en referencia a la mayoría de docentes que tradicionalmente priorizan las maneras ortodoxas de la enseñanza unidireccional sobre el aprendizaje; la asistencia y el control horario de la asistencia, sobre la responsabilidad comprensiva y motivada individual del estudiante; la calificación cuantitativa sobre la valoración cualitativa en la real comprensión de los contenidos; la memorización, sobre la necesaria habilidad de la observación y el método para buscar información y analizarla objetivamente; las respuestas de libro, por sobre la casuística y la aplicabilidad de lo aprendido; y el riguroso libreto, orden, libros, ejemplos, pruebas y tareas de las clases y las interacciones con los estudiantes, en vez de la flexibilidad para cambiar el libreto en función del aprendizaje, interactuando con sus orientados en cualquier momento o lugar tomando como referencia el arte de aprender a preguntar para crear e innovar en las respuestas. 

Las universidades y profesores que promueven este ejercicio docente están llamadas a enfrentar una peligrosa reducción en su demanda (casi que hasta la extinción), porque no están respondiendo a las expectativas y necesidades de conocimiento de estudiantes que no están dispuestos a entregar tiempo, dinero y esfuerzos para que unos profesores les repitan, de forma más limitada, contenidos que pueden hallar en mejor cantidad y calidad en la web y en sus infinitas aplicaciones.

Hago referencia al profesor escuelero como antónimo del concepto de “maestro”, que es la denominación con la que, coloquialmente, en nuestro contexto cultural, nos referimos al docente o profesor que goza de gran reconocimiento entre sus estudiantes, tanto por su conocimiento y su pedagogía como por su virtuosidad como persona.

El “maestro” está por encima de los libros, las evaluaciones, la memorización de conceptos -a veces sin sentido-, los rígidos tiempos y las oportunidades perdidas.

La ya tradicional sentencia del escritor estadounidense del siglo pasado, William Arthur Ward, en el sentido de que “el profesor mediocre dice. El buen profesor explica. El profesor superior demuestra. El gran profesor inspira”, es la mejor descripción de lo que aquí planteo.

Este es un debate propio de la vida académica y que tras más de mil años de existencia de la Universidad aún se mantiene vigente. Claramente un “maestro” es un pedagogo muy hábil en desarrollar una o varias de las múltiples inteligencias existentes, y el respeto y admiración que se gana entre sus estudiantes lo fundamenta su capacidad de sacar lo mejor de ellos, en vez de rellenarlos de contenido sin sentido.

Frente a un verdadero maestro, los estudiantes no piensan en copiar, en entregar cualquier documento, en evitar el compromiso o, incluso, en pasar un tema sin plena conciencia de su comprensión, posición crítica y análisis de utilidad.  Solo a los verdaderos maestros los recordamos, con gratitud, toda nuestra vida, porque nos han marcado positivamente frente a lo que debimos aprender, su utilidad y criterio ético con respecto a nuestro actuar. En cambio, los docentes que, incluso con pasión o conocimiento, pero sin pedagogía, disciplina, orden, ejemplo y virtud, se han limitado a hacer su tarea, a llamar a lista, a repetir conceptos, a aplicar sanciones disciplinarias sin una ponderada evaluación del contexto, a pedir y pedir y pedir trabajos para llenar tiempo, entre otras muchas cuestionables prácticas, son aquellos de quienes preferimos no recordar, y si está en nuestras manos, nunca más vincular o contratar en el caso de la UNAD. 

Porque el docente de hoy debe ser de mente abierta, flexible con creativa convicción para un actuar convincente productiva e  inteligente, no sólo por su capacidad intelectual, sino por su compromiso y disposición a desarrollar una capacidad creativa, motivadora, reflexiva e inspiradora que permita que su pedagogía para la enseñanza y su apuesta por el aprender a aprender de sus estudiantes sean una realidad en un entorno de sorprendentes desarrollos de “Inteligencia Artificial”, que si bien pueden ayudar a la humanidad a producir, a trabajar y a entretenerse mejor, nunca podrán por sí solos potenciar el espíritu humano y sus más profundos anhelos y valores (libertad, sueños, creencias, esperanzas, afectos…), imposibles de codificar en un lenguaje de programación. 

¿Cómo lograrlo? Hay que reconocer que no es una tarea fácil. Implica revisar y replantear estructuralmente nuestros modelos y formas de pedagogía, a trabajar en equipo, a involucrar a nuestros estudiantes, a estar dispuestos a cambiar e, incluso, a aprender a desaprender y, sobre todo, a nunca olvidar que los desarrollos de la Inteligencia Artificial y de la tecnología informática podrán sustituir actividades metodológicas propias de la interacción, enseñanza y evaluación del estudiante, pero nunca podrán inspirarle a potenciar su creatividad, a soñar más allá de lo posible, a luchar por la justicia, por la eliminación de las desigualdades, la inclusión, la fe, el afecto, la paz y el compromiso, y a devolverle a la humanidad, con creces, la grandeza que significa reflexionar sobre nuestra posición en el mundo y el uso inteligente que debemos dar al conocimiento.

Frente a los retos que la tecnología y la sociedad nos demanda como educadores, el Modelo Pedagógico UNADISTA cobra más fuerza que nunca, pues centra su acción en el estudiante, como referente clave del proceso formativo. Porque “el estudiante tiene que ser un sujeto activo, una persona formada hacia el liderazgo y la conciencia social, crítica y constructiva, con capacidad de autodeterminación, autocontrol y autogestión en su proceso de aprendizaje, y dispuesta a contribuir a la edificación de una sociedad solidaria, justa y libre” (Jaime Leal. Educación, Virtualidad y Desarrollo. UNAD. 2021).

Muchas gracias, 

 

Jaime Alberto Leal Afanador Rector

Febrero de 2023