La Copa América de fútbol nos generó una gran ilusión a los colombianos y colombianas. Nuestra selección de mayores podía coronarse campeona si derrotaba a Argentina, pero como sabemos, un desafortunado gol en contra, a pocos minutos de la definición por penaltis, nos privó de ello.
Más allá de la desazón del resultado, antes del partido, en las afueras del estadio de Miami, se dio una reprochable situación protagonizada por un puñado de conciudadanos que, dándoselas de vivos (la peligrosísima y errónea idea de que “el vivo vive del bobo”), y sin boleto de entrada, burlaron la seguridad de acceso, agredieron guardias, treparon paredes y hasta se metieron por los ductos del aire acondicionado, en imágenes que recorren el mundo y que desdicen de la civilidad y del respeto a las normas de quienes portaban camisetas alusivas a nuestra selección.
Pese al resultado, Colombia ganó, en lo deportivo, un alto reconocimiento, gracias a su tenacidad, orgullo, deportividad, disciplina, concentración, el respeto a los ideales de juego y la pasión por tratar de dar lo mejor de sí para satisfacción de todo un país. Fue una real demostración de valor de nuestra colombianitud.
Dicho valor demostrado nace de la convicción, el esfuerzo, el trabajo constante, el asumir consecuencias, el ser fiel a los principios y el actuar según los valores humanos, aplicando la norma universal de no hacer a los demás lo que no se desea para sí mismo.
Quien obra con valor sabe del alcance de sus actos, y muestra carácter para enfrentar y asumir las consecuencias. Respeta las normas y trabaja para alcanzar sus sueños. Vivir con valor significa pasar de las reflexiones a las decisiones y, sobre todo, a las acciones, así esto conlleve aumentar los esfuerzos individuales y colectivos.
Pero, en cambio, quienes creen que actuar, como esos irresponsables del estadio, falsificando boletos, saltándose las normas de ingreso, irrespetando a los demás, ocupando el lugar de otro, eludiendo la autoridad, destruyendo el bien público y actuando de forma violenta y agresiva, están propiciando el camino más corto a la delincuencia. Quienes así actúan distorsionan el valor y se vuelven potenciales criminales no solo por su actuar bárbaro, sino por la forma de querer ganar, sin merecimiento, lo que otros adquirieron legal y legítimamente con su trabajo y esfuerzo.
Quienes vuelven cotidiano actuar por fuera de la ley, convierten en rezo permanente la ignorancia como una forma facilista de existir. Caen sin dificultad en las adicciones, el chisme, la polarización, el hablar mal de otros y, en especial, violan la ética, la moral y la legalidad. Y al preguntarnos ¿por qué los colombianos somos así? hay una respuesta explicita y única: la educación, poca o mucha, que estas personas recibieron nunca les tocó su esencia como seres humanos integrales. Sin importar edad, clase o raza, estos bárbaros eluden el trabajo honesto y honorable así como la dignidad, que son las bases de la convivencia humana y del bienestar extendido que todos debemos merecer.
Asumir, de forma disciplinada, las consecuencias de los actos y cumplir los propósitos dignos de la existencia es algo que se aprende en la familia y se moldea con una efectiva acción formativa. Así es como se alcanza una tranquilidad de vida y se forjan proyectos de vida estimulantes. La compensación al esfuerzo, el reconocimiento y el agradecimiento que crean orgullo legítimo en otros, son el verdadero premio a dicha disposición de vida. En cambio, quien tiene la viveza como norma en su actuar posiblemente encontrará premios minúsculos (entrar primero, no pagar, evitarse trabajos…), pero a la larga ganará desprestigio, incoherencia y malestar de su entorno; como sucedió con los colombianos que se colaron sin haber adquirido el derecho. Hay momentos en que la viveza lleva a “triunfos pírricos” que, en últimas, son perdidas invaluables tales como deteriorar nuestra imagen ante el mundo. Es más lo que se pierde en integridad, confiabilidad, legalidad y buen ejemplo de nuestras mayorías colombianas responsables y honestas.
El valor demanda entereza, decisión y carácter, que se construyen diariamente en la convivencia familiar y en el ejemplo. Por eso la educación es una de las mejores formas para evitar la viveza y potenciar el valor de una digna existencia. La educación demuestra que el conocimiento, las habilidades, las competencias y los méritos se obtienen gradualmente, con el esfuerzo y el seguimiento de unos estándares, y enseña que las metas y los sueños son realizables con tenacidad, disciplina, ejercicio intelectual y ética.
En cambio, la viveza termina siendo una conducta contra la ética. Patrocinarla, celebrarla o no sancionarla genera un peligroso efecto dominó, con enorme afectación social.
Tal vez por eso y no por asuntos de estrategia deportiva, calidad de los jugadores o arbitrajes, es que Colombia perdió el partido de su identidad mundial fuera de la cancha. Porque los colombianos no valoramos el esfuerzo de nuestra gran Selección Colombia, de la que expreso mi orgullo y reconocimiento.
Es responsabilidad de todos transformar, desde ya, nuestra formas de educar para que sus efectos en las nuevas generaciones nos deparen reconocimiento por el carácter, el valor civil y moral de nuestros descendientes, para que puedan levantar su cabeza, con orgullo y todo lugar, y mostrar que con dignidad, buena formación, trabajo honesto y humildad se pueden superar las limitaciones. Esa es la colombianitud que nos debe reflejar. ¡Es cuestión de convicción y de dignidad de país! Transformemos la educación para transformar nuestra gente desde ya.