¿Por qué hablar de resocialización?

En un país donde los centros penitenciarios enfrentan grandes retos estructurales y humanos, hablar de resocialización es una necesidad urgente. Resocializar no significa justificar el delito, sino creer que los seres humanos pueden cambiar cuando se les brindan las herramientas adecuadas. Es darle sentido a la pena, reconociendo que el verdadero fin de la justicia no es castigar por castigar, sino transformar, reconstruir, sanar.

Cada persona privada de la libertad es también un ciudadano con derechos, con historias rotas que merecen nuevas oportunidades. Y es precisamente ahí, en el núcleo de esa segunda oportunidad, donde entra el proceso de resocialización: como puente entre el encierro y la libertad, entre el error y el aprendizaje, entre el aislamiento y la posibilidad de volver a pertenecer.

¿El corazón de la ley... late en las cárceles?

Desde la Ley 65 de 1993, Colombia declaró que el fin de la pena no es el castigo por sí mismo, sino la resocialización: ese proceso mediante el cual una persona que ha cometido un delito puede reconstruirse, volver a creer en sí misma y reinsertarse en la sociedad con nuevas herramientas.

Pero una cosa es lo que dicta el papel, y otra lo que se vive entre paredes de concreto, hacinamiento y estigmas sociales.

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¿Qué piensan los protagonistas?

Un estudio reciente desarrollado en el Establecimiento Penitenciario de Socorro (Santander) por el grupo Iuris Terra (Unisangil), y divulgado en la revista de la ECJP-UNAD, se atrevió a hacer lo que muchos ignoran: escuchar a las personas privadas de la libertad. "Resocialización en el sistema penitenciario colombiano. Percepción de las personas privadas de la libertad"

¿Y qué dijeron?

  • Que la resocialización solo es posible si hay voluntad personal.
  • Que necesitan programas reales y no solo promesas.
  • Que el trabajo, la educación y la atención psicológica son claves.
  • Y que sin el apoyo de la familia y la sociedad… no hay reintegración posible.

Las cuatro piezas del rompecabezas de la resocialización

Resocializar no es una fórmula mágica, ni se consigue solo con asistir a clases o redimir pena por trabajo. Es un proceso complejo, profundo y altamente humano que, según el estudio realizado en el Establecimiento Penitenciario de Socorro, descansa sobre cuatro grandes pilares. Cada uno representa una dimensión clave que debe articularse para que el proceso realmente funcione:

1. Relacional: el valor del trato humano

Más allá del uniforme y la celda, hay seres humanos que necesitan ser escuchados, valorados y tratados con dignidad. El estudio revela que el trato que reciben por parte del personal del centro (custodios, administrativos y profesionales) influye directamente en su disposición a cambiar. Espacios como el Comité de Derechos Humanos, conformado por los mismos internos, se convierten en puentes de diálogo y participación, donde los reclusos sienten que su voz cuenta.

2. Familiar: los hilos invisibles que sostienen el alma

El vínculo con la familia no se rompe con la sentencia, pero sí se pone a prueba. Las restricciones de comunicación, la distancia geográfica o la pérdida de contacto deterioran la red afectiva más poderosa del ser humano. Muchos internos expresan que el apoyo de sus familias (cuando existe) es su mayor motivación para cambiar. Por eso, los programas de resocialización que integran a las familias, que permiten visitas significativas o llamadas frecuentes, no son un lujo: son un derecho restaurador que da sentido a la pena.

3. Social: aprender para volver a construir

¿De qué sirve salir de prisión si no hay con qué reconstruir la vida? La resocialización cobra vida cuando el sistema ofrece herramientas reales: formación académica, capacitación técnica, actividades culturales, laborales y terapéuticas. En el caso del Socorro, programas como los cursos del SENA, la comunidad terapéutica y el trabajo intramuros se destacan como espacios que no solo ocupan el tiempo, sino que dignifican. Preparar para el empleo, despertar habilidades dormidas y generar una proyección de vida en libertad es fundamental para que el cambio no se quede en el discurso.

4. Volitivo: la voluntad como motor interior

Pero nada de lo anterior funcionaría sin una decisión individual: querer cambiar. El componente volitivo es el engranaje que activa todo lo demás. El deseo de dejar atrás la conducta delictiva, de redimirse, de reconstruirse como ciudadano requiere fuerza interior, autocrítica, motivación y apoyo. Este aspecto psicológico es tan determinante que incluso en contextos hostiles, aquellos que realmente asumen su proceso con compromiso suelen generar transformaciones significativas.

Resocializar NO es maquillar

El 49 % de los internos cree que su cárcel promueve la resocialización, pero el 51 % piensa que no es suficiente o simplemente no existe. Entonces… ¿estamos resocializando o simplemente conteniendo personas?

La verdadera resocialización no es asistir a un taller para redimir pena, sino un proceso integral que transforme desde adentro, que despierte la conciencia, que inspire a construir un proyecto de vida y, sobre todo, que abra las puertas para ser aceptados nuevamente por la sociedad.

¿Y si cambiamos el enfoque?

En vez de preguntarnos “¿cómo castigar más?”, deberíamos cuestionar:

  • ¿Cómo acompañamos mejor?
  • ¿Cómo construimos comunidad con quienes alguna vez se equivocaron?

Porque si las cárceles siguen siendo fábricas de reincidencia, entonces no están cumpliendo su propósito. Pero si logramos que incluso uno solo logre redimirse, reconstruirse y transformar su entorno, entonces ya valió la pena.

¿Te atreves a imaginar un país donde la cárcel no sea sinónimo de olvido, sino de esperanza?

La UNAD y sus investigadores ya están en ese camino. Y tú… ¿de qué lado de la historia vas a estar?