La biotecnología está rompiendo las fronteras de lo posible: modificar genes con CRISPR-Cas9 y predecir enfermedades con algoritmos de inteligencia artificial (IA) ya no es ciencia ficción. Hoy, la ciencia puede reescribir el libro de la vida… pero la pregunta incómoda es: ¿quién escribe las reglas de ese libro?

¿Estamos ante una revolución para curar enfermedades o frente al inicio de una nueva forma de desigualdad?

Así lo plantea José Gabriel Mesa Angulo en el working paper Desafíos Éticos de la Edición Genética y la Inteligencia Artificial en la Biotecnología, donde se analizan los riesgos y la necesidad urgente de una gobernanza ética.

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El poder (y el peligro) de reescribir la vida

El paper no exagera cuando señala que alterar la línea germinal, es decir, el ADN de embriones, no es solo una cuestión de laboratorio, sino un dilema existencial:

“La posibilidad de alterar el ADN de embriones plantea riesgos bioéticos y de identidad genética, con implicaciones que podrían afectar a futuras generaciones de manera irreversible”.

Piénsalo así: una decisión en una sala blanca de investigación podría determinar cómo se verán, cómo pensarán e incluso qué enfermedades enfrentarán generaciones enteras. La pregunta es, ¿quién se atreve a cargar con esa responsabilidad?

La otra cara de la revolución tecnológica

La ciencia avanza a velocidad de vértigo, pero las brechas éticas se abren con la misma rapidez. Mesa Angulo identifica dilemas que parecen sacados de un guion distópico:

  • Privacidad genética: tu ADN es más valioso que tu contraseña bancaria. Pero, ¿quién controla los datos genómicos procesados por IA? ¿Laboratorios privados? ¿Gobiernos? ¿Big Tech?
  • Segregación biotecnológica: si la edición genética tiene un precio inaccesible, ¿estamos construyendo una sociedad dividida entre los “mejorados” y los “naturales”?
  • Dependencia de algoritmos: ¿qué pasa si un sistema de IA diagnostica erróneamente una enfermedad genética? ¿Quién responde por el error, el programador, el médico o la máquina?
  • Justicia intergeneracional: ¿tenemos derecho a rediseñar el mapa genético de seres humanos que aún no existen?

Cada uno de estos dilemas no es hipotético: es una alerta roja que la sociedad debe enfrentar ya.

¿Regulación o carrera sin frenos?

La ciencia no espera. Mientras la OMS y la UNESCO intentan establecer directrices globales, la implementación es desigual, y el riesgo es claro: algunos países podrían convertirse en “paraísos genéticos”, donde la ética se subasta al mejor postor.

El paper propone la creación de comités interdisciplinarios con bioeticistas, legisladores, científicos y representantes de la sociedad civil. La razón es simple: la biotecnología no puede ser decidida solo por científicos o empresarios, debe ser un debate colectivo.

El futuro exige responsabilidad colectiva

El documento es contundente:

“Es necesario un enfoque regulatorio integral que promueva la equidad y el respeto por los derechos humanos en el desarrollo biotecnológico”.

Esto no se trata solo de “avanzar con cuidado”, sino de redibujar el contrato social de la ciencia. Necesitamos:

  • Políticas públicas que garanticen que la genética no se convierta en un lujo.
  • Marcos legales que blinden la privacidad de la información biológica.
  • Espacios académicos y sociales donde se debata no solo lo que podemos hacer, sino lo que debemos hacer.

Llamado a la acción

Estamos frente a un punto de quiebre histórico.

  • Investigadores: la responsabilidad ética es tan importante como el descubrimiento científico.
  • Gobiernos: no basta con reaccionar, es hora de anticiparse y legislar antes de que sea tarde.
  • Sociedad civil: el futuro genético de la humanidad no puede definirse sin la voz de quienes lo habitarán.

Desde la ECISA UNAD: ciencia con rostro humano

En medio de este panorama, la Escuela de Ciencias de la Salud – ECISA de la UNAD asume un papel crucial: formar profesionales capaces de entender que cada avance biotecnológico tiene un eco en la sociedad. Expertos que combinan el conocimiento técnico con una conciencia ética profunda, listos para enfrentar dilemas que marcarán el rumbo de la humanidad.

Porque la ciencia no es neutral: transforma, redefine y moldea nuestro futuro. Y desde la UNAD, estamos sembrando líderes que entienden que el mayor poder de la biotecnología no está en los laboratorios, sino en su capacidad de servir a la vida y la dignidad humana.

Este no es un debate del mañana. Es una conversación que empieza hoy. La pregunta es: ¿te atreves a ser parte de ella?